Le ataron con cinturón porque no llevaban cuerda encima y empezaron a interrogarle.

  • ¿Qué hay dentro de esa cueva? – fue lo primero que dijo Manatorm.
  • Están la mascota y el esclavo – fue lo único que dijo.
  • ¿Dónde está tu jefe? – preguntó Triskothin.
  • Partieron cuatro incluyéndole a él esta mañana.
  • ¿Entramos en la cueva y se lo damos de comer a la mascota? – mencionó Triskothin.
  • De acuerdo – dijo Bereidan.
  • Está muy acostumbrada a mí – dijo el prisionero.
  • Nos lo llevamos dentro – confirmó Manatorm.

Y así entraron en la cueva todos menos Triskothin, que se había quedado a hacer guardia. Pasaron con el prisionero delante cogido por Manatorm. La cueva era un pasadizo con una galería al fondo iluminada con antorchas. Por el camino encontraron otra cámara con un río subterráneo y más lejos vieron dos caballos con alforjas en otra galería más pequeña. Por el camino el prisionero se soltó y corrió por el pasillo hasta la cámara iluminada. Le siguieron corriendo, pero para cuando entraron en la galería vieron que el prisionero había despertado a un lobo enorme que gracias al cielo estaba atado. El bardo se fue poco a poco acercando a una caja que había en otra esquina de la caverna, pero de repente el lobo se soltó y salto a por él a toda velocidad. Cuando estaba justo encima, Manatorm llegó allí desde la entrada de la galería y casi le da al lobo, que esquivó el hachazo por los pelos. Aprovechando la distracción del lobo, el bardo le disparó una flecha que tampoco llegó a dar en el blanco. Entonces, en medio de la contienda, de un golpe tremendo, Manatorm le cortó la nariz al lobo, que se puso a sangrar a montón en la cueva, y quedó casi sin sentido. Por último, salió Triskothin, al que había llamado Bereidan, y le pegó un flechazo en el cuello al lobo medio muerto al que, cómo no, mató. Bereidan le lanzó un rayo al ladrón y lo electrocutó.

  • Recordad: Una mascota – dijo Triskothin mirando al lobo – y un esclavo – y sin decir más se fue corriendo por el túnel hasta la entrada de la cueva.

Miraron en la galería y vieron una especie de jaula llena de cajitas de madera muy decoradas con dibujos y joyas, un espejo y … oyeron unos llantos. Se fijaron más y vieron a una niña asomada por detrás de las cajas.

  • ¿Qué haces ahí? – preguntó Manatorm – Te sacaremos, tranquila.
  • ¡Hobbit! – llamó Bereidan – ¿Hobbit? – repitió, confuso – ¿Dónde está ese hobbit? – preguntó mirando a todos lados.
  • No sé – dijo Manatorm.
  • Ya lo hago yo – añadió cuando se percató de lo que quería hacer el mago.

Y así forzó la cerradura y la niña dijo:

  • ¿Me vais a llevar a casa?
  • ¿Dónde está tu casa? – preguntó Manatorm.
  • Desde Bree se llevaros.
  • De acuerdo – respondió Manatorm
  • Aún nos queda el problema de “el jefe” – señaló Bereidan
  • No sé si después del lobo será un gran problema – dijo Manatorm
  • ¿Habéis matado al perro grande? – la niña estaba muy asombrada.
  • Si – dijeron los tres a la vez.
  • No sabemos cuándo llegará – dijo el bardo
  • Los oí decir que vendrían al segundo día – dijo la niña.
  • ¿Cómo te llamas? – preguntó Manatorm
  • Silhia – respondió la niña

Mientras tanto Triskothin, que estaba fuera, vio a una figura conocida que se acercaba por el claro.

  • Hola – dijo Raskaputnik llegando a la entrada de la cueva.
  • Hola – contestó Triskothin.
  • Con que … ¡estabas ahí!
  • ¿Dónde? – dijo Raskaputnik con una risita.

Manatorm, el bardo y Bereidan salieron de la cueva con Silhia y le contaron todo lo que habían averiguado.

  • Entonces tendremos que prepararnos – dijo Triskothin, y agregó – Nos emboscaremos en la entrada de la cueva.
  • ¿Y Silhia? – dijo Manatorm – ¿Qué hacemos con ella?
  • De momento tendrá que quedarse en la cueva – respondió Bereidan.
  • Estoy de acuerdo – confirmó Triskothin.
  • La llevaré dentro – dijo Manatorm – Vamos, Silhia.

Y sin decir nada, le siguió.

  • Yo voy a mirar por los alrededores a ver si deduzco por dónde se han ido y por dónde vendrán – dijo Triskothin
  • Voy contigo, para ver si encuentro hierbas curativas – dijo Raskaputnik.
  • De acuerdo – confirmó Bereidan
  • Yo haré guardia en la colina para ver si viene alguien – dijo el bardo

Y, sin más, el bardo sacó su arco y se fue encima de la entrada, donde vio un puesto de vigía desocupado. Se escondió ahí y se quedó vigilando el claro.

Cuando Manatorm salió de la cueva vio que Bereidan le esperaba en la puerta para explicarle el plan.

Triskothin y Raskaputnik volvieron al cabo de un par de horas y Triskothin dijo:

  • No sé por dónde se han ido. Las pisadas se han borrado y podrían venir por cualquier parte.
  • Yo he encontrado cuatro dosis de Draaf y una de Yavethalion. Podremos ocuparnos de las heridas.

Manatorm y Bereidan miraron al hobbit con cara de no entender nada.

Pasaron la noche y, una hora antes del amanecer, se colocaron en unos arbustos a ambos lados de la entrada de la cueva.

Al amanecer llegaron los hombres por un lateral de la colina y, cuando los tuvieron a tiro, todos dispararon. Cayeron dos al instante y el jefe se durmió por un hechizo de Bereidan y por una pedrada de Raskaputnik. Manatorm salió del arbusto en el que estaba y le pegó un hachazo al que quedaba en pie. Cuando todo hubo terminado despertaron al jefe, que dijo:

  • ¿Quiénes sois? – y se desplomó sin más, muerto por el golpe en la cabeza.

Manatorm fue a por Silhia que le abrazó con fuerza. Salieron y, cuando vieron lo que estaba pasando… Triskothin había estado registrando a los bandidos, y había encontrado un mapa, que representaba una mansión abandonada en las quebradas de los túmulos cerca de Bree y debajo en una esquina ponía… “Secreto, tesoro”

  • Mira tú por dónde… – dijo Triskothin.

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