Capítulo III

Al principio me sentí triste por lo que pasaron esos días. Pero la vida nunca es fácil y aunque el camino nos dé problemas, tenemos que afrontarlos y seguir por el camino que nos depara el destino. Así es la vida, llena de dificultades, pero lo pasado, pasado está y solo podemos modificar con nuestros actos lo que pasará en el futuro.

Huida

Hicieron guardias de uno en uno. Al amanecer levantaron rápidamente el campamento y se dieron cuenta de que el soldado había muerto. Lo enterraron y fueron al castillo de Undaril a avisarle de los peligros que había en el reino. Tardaron dos días en llegar a pie, en los que Mánatorm pensó más de una vez en que, cuando llegasen a Cameron, le pedirían al rey que les entregase unos caballos. Para su sorpresa, la ciudad que en su momento pareció tan inexpugnable resultó que no lo era, puesto que encontraron las puertas de la ciudad rotas y la ciudad entera en reparaciones. Entraron en la ciudad y se acercaron al castillo. Los guardias les dejaron pasar muy pero que muy asustados y, cuando llegaron a la sala del trono, no encontraron al rey sentado en este, sino a una Drow con el rey postrado a la derecha e Ilnar a la izquierda. Una espada se apoyó en el cuello de cada uno y antes de que pudieran reaccionar todos estaban de rodillas; inmovilizados cada uno por un Drow.

  • Siento que las presentaciones tengan que ser así, pero temía que pudierais escapar – dijo la Drow – Mi nombre es Maltis – añadió con una sonrisa maliciosa
  • ¡Maldita seas por siempre! – gritó Mánatorm.
  • ¡No me interrumpas, estúpido! – dijo Maltis haciendo una seña con las manos para que el soldado que sujetaba a Mánatorm le diese una patada en las costillas a este.
  • Y tú… – dijo señalando a Nalfhein. – Solo te lo diré una vez, Vuelve con nosotros o púdrete en la cárcel – añadió pensando en las innumerables torturas que le haría a Nalfhein antes de matarlo.
  • Nunca – contestó este.
  • Entonces pudríos en la cárcel – respondió Maltis.

Con esto, los Drow que sujetaban a los tres compañeros los desarmaron y se los llevaron al sótano, hacia las mazmorras. El rey les mandó una mirada de disculpa al grupo antes de que se los llevaran. Cuando se fueron, Ilnar cogió a Matadragones y la guardó en su vaina. Después de hacer una reverencia ante Maltis, que se entretenía haciendo que el rey le hiciera de esclavo, se fue hacia sus aposentos.

Una vez en el sótano los separaron a uno en cada celda y les ataron a las paredes con cadenas y les prometieron, con una expresión maliciosa, que pronto volverían. Mánatorm intentó soltar las cadenas, pero estas estaban fuertemente sujetas a la roca.

  • Condenadas cadenas – maldijo por la bajo.

Los Drow volvieron unos minutos después con muchas pociones y varios instrumentos de tortura.

  • Deberíais saber que no os contaremos nada que no sepáis, puesto que no sabemos más que vosotros – dijo Nail
  • ¿Quién ha dicho que queramos averiguar nada? – dijo un Drow con una sonrisa diabólica en su rostro, mientras cogía un pequeño frasco de cristal – Bébetelo – dijo.

Nail negó con la cabeza mientras cerraba la boca. El Drow se encogió de hombros y cogió una pequeña aguja. Impregnó el puntiagudo objeto en la sustancia del frasco y le indicó a uno de sus compañeros que agarrara a Nail. Con Nail completamente inmovilizada el Drow le clavó la aguja en una vena del brazo derecho. Nail chilló de dolor y el Drow soltó una carcajada de diversión antes de clavársela en el otro brazo. La tortura se aplicó a los otros dos prisioneros y se alargó durante media hora, que a los torturados les parecieron varias. Cuando acabaron, los Drow se fueron y dejaron todo allí como diciendo que mañana seguirían. Y así fue, solo que esta vez el torturador se trajo unos guanteletes con pinchos y despertó a golpes a los durmientes prisioneros. Unos minutos después les dio una poción de curación a todos para que no muriesen y vuelta a empezar. Así durante media hora hasta que se fue. Por la tarde no hubo sesión de tortura (cosa que agradó a todos) y a medianoche los despertó una voz conocida para todos menos para Nalfhein. El rey había cogido las llaves y se había colado en las celdas. Desencadenó a todos los amigos. Mánatorm logró arrancar un da las cadenas con todas sus fuerzas y forzó con las agujas el resto de las cerraduras de todos, aunque ya estuvieran libres, para aparentar que se habían escapado solos. Cogió su hacha guardada en un baúl fuera de la celda mientras el resto cogían sus armas y le dio un golpe a la cerradura de la puerta todo lo sigilosamente que pudo. Menos mal que las mazmorras eran grandes y no se oyó casi a la entrada, que era donde descansaba el guardia apoyado en una pared. Anduvieron con todo el sigilo que fueron capaces guiados por Nalfhein, que podía ver en la oscuridad. Después de darle bastante ventaja al rey, que logró salir por una de las muchas puertas que había, Nalfhein guio al grupo en la dirección contraria a la que había ido el rey para no levantar sospechas. Mataron al guardia rápidamente con un corte en el cuello y cogieron las llaves de la trampilla que tenía este en el cinturón. Lograron evitar por los pelos a todos los guardias que había esa noche en el castillo y llegaron a la puerta. Esta la vigilaban dos guardias y uno de ellos tenía las llaves en su cinturón. Nalfhein cortó el brazo de uno con su arma, pues sólo poseía una, dado que Ilnar tenía la otra, y la retiró rápidamente sólo para volver a atacar atravesando el corazón del Drow desprevenido. El combate de Mánatorm solo duró un golpe pues este clavó su hacha en la cabeza del Drow con tanta fuerza, que tuvo que hacer acopio de toda su fuerza y varios tirones bruscos para sacar su hacha. Mientras Nalfhein escondía los cadáveres, Nail cogió la llave y abrió la puerta trasera que habían elegido para escapar.  Escaparon de la ciudad sin que nadie los viera salvo los guardias de la puerta (los dos, humanos) que les dejaron pasar como si nada hubiera pasado.

Al amanecer llamaron a Undaril a la sala del trono. La verdad es que esto era normal dado que los Drow se divertían haciéndole sufrir y restregándole que hasta una centésima parte de ellos podía vencerle a él y a su reino (cosa que depende del lugar y el momento sería verdad o no). Cuando llegó Maltis estaba sentada en el trono como siempre y de repente, a Undaril le faltaba el oxígeno. Sólo la perversa sonrisa de Maltis le reveló lo que sucedía. Iba a morir.

En toda la noche no habían parado de caminar hasta que amaneció. Habían recorrido muchos kilómetros dado que caminaban a buen paso hacia el noroeste. Hicieron una parada para desayunar unos minutos y siguieron caminando durante unas horas. La brisa del viento de cara les dificultaba el camino, aunque cómo estaban en bosque los árboles les resguardaban un poco. El bosque se hacía menos denso conforme viajaban y al final terminaron saliendo de este para encontrarse con una llanura. Miraron esperanzados pensando que, como la hierba era baja, irían mucho más rápido. Así fue hasta que un alto y escarpado cañón les cerró el camino. En el fondo había un río grande y de rápidas corrientes sin ninguna roca visible. El cañón era demasiado ancho como para saltarlo y aunque pudieran, estaban tan agotados que no saltarían ni la mitad de lo normal. Decidieron descansar allí hasta el mediodía, dado que quedaba poco para este. Partieron con renovadas fuerzas después de comer y siguieron hacia el oeste dado que el cañón iba de este a oeste. Poco después de partir divisaron a lo lejos una pequeña aldea. Aceleraron el paso hasta que llegaron. Cuando llegaron vieron que la aldea estaba en ruinas, pero al parecer habían construido un puente para atravesar el cañón. Se dirigieron hacia el norte, al otro lado del cañón la hierba estaba más alta y había muchos matorrales. Avanzaron lentamente y cuando calló la noche, acamparon. No hicieron ningún fuego por miedo a que aún los siguieran. Amaneció sin incidentes, pero poco después de salir oyeron unos aullidos a lo lejos hacia el suroeste. Decidieron apretar el paso, aunque de poco les sirvió porque al de unos minutos vieron unas siluetas hacia el suroeste dirigiéndose hacia ellos.

  • ¿Nos habrán visto? – preguntó Nail.
  • Imposible – contestó Mánatorm –. Están muy lejos.
  • No nos han visto. Nos han olido – contestó Nalfhein –. Son wargos.

Volvieron a mirar hacia allí y vieron que eran tres wargos con goblins encima.

  • ¿Goblins? – preguntó Nail.
  • Habrán salido a cazar – contestó Nalfhein desenvainando su cimitarra.

Mánatorm sacó su hacha de la funda y todos se tiraron al suelo. Las altas hierbas los escondían de sus perseguidores y con suerte pasarían de largo. Pero el olfato de los wargos era muy bueno y no pasaron de largo. Olfatearon la hierba y lentamente se acercaban a los compañeros escondidos. Entonces una grieta se abrió debajo de uno de los wargos y el enorme lobo y su montura se precipitaron al fondo. La grieta era pequeña por lo que impedía al wargo moverse, pero lo suficientemente profunda como para atraparlo allí, entonces, un globo de oscuridad apareció cerca de la grieta por lo que todos los goblins quedaron ciegos. Los cobardes goblins huyeron con sus lobos dejando a su compañero solo en la grieta.

 

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