A la mañana siguiente, antes de salir, Triskothin avisó al resto del grupo de que antes del amanecer había pasado otro carro de mulas por ese camino. Prosiguieron durante unas horas y en un momento dado se encontraron con que un tronco les cortaba el paso. Decidieron que Manatorm, los dos cocheros y el bardo se llevarían a dos mulas para retirar el tronco y que Triskothin y Bereidan se quedarían vigilando los carros. Cuando se acercaron más distinguieron los restos de un carro volcado a un lado del camino y de repente, cuando Manatorm, el bardo y los dos cocheros estaban muy cerca del tronco, unos cuervos aparecieron de la nada en un grupo de árboles muy cercano al tronco y se pusieron a graznar. En el instante en el que lo vieron aparecieron también dos grandes perros a unos pasos de Triskothin y Bereidan. Manatorm se giró para ayudar al resto del grupo, pero en ese momento volaron tres jabalinas en dirección a uno de los cocheros, Manatorm, y el bardo. El cochero cayó al suelo más blanco que una nube, al bardo se le clavó una en un hombro, y a Manatorm le rozó otra también el hombro. Se giraron y vieron a sus atacantes ¡Eran trasgos! El bardo, ya con el arco cargado, disparó no sin dificultad a uno de ellos, que chilló de dolor. Manatorm se lanzó a la carga y le cortó un brazo a otro que sacaba su arma. El tercero aprovechó para clavarle el hacha en la espalda a Manatorm, que clavó a su vez su hacha en el vientre del trasgo al que había cortado el brazo, que empezó a sangrar por dos sitios a la vez y a los pocos segundos cayó desangrado en el suelo. Manatorm bloqueó con su escudo un ataque del otro trasgo, lo que lo distrajo lo suficiente como para que el bardo le clavase una flecha en la cabeza. El último de los trasgos se dispuso a atacar, pero Manatorm le golpeó justo antes de que este le clavase el hacha y murió rápidamente. Mientras tanto un pequeño hobbit apareció lanzando piedras con su honda a uno de los perros que intentaban morderle las patas al caballo de Bereidan, mientras que Triskothin disparaba flechas, sin resultado, al otro. En el momento en que Bereidan ya cayó del caballo por el acoso de los perros, el hechizo de invocación, pues es lo que era, acabó su efecto y tanto los cuervos como los perros desaparecieron como si nunca hubieran estado allí.
El hobbit, que era Raskaputnik, les contó que se había ido a coger hierbas y setas por el bosque y se había despistado. Al acabar les enseñó un zurrón lleno de hojas, setas y raíces de plantas que les vendrían muy bien en sus próximas aventuras. Los que estaban en los carros estaban aterrados agazapados en un lateral mientras el grupo se encargaba de las heridas. Aunque Manatorm tenía un corte muy feo en la espalda, no era mortal. El bardo se desmayó por pérdida de sangre y lo tuvieron que subir al carro que estaba ahora vacío. Decidieron que seguirían hasta donde durmieron la otra vez y acamparon allí. La noche pasó sin incidentes, (aunque escuchaban hienas donde dejaron los cadáveres la otra vez). El resto del día fue muy tranquilo para los viajeros y cuando llegaron a Bree ya casi era de noche.
El montaráz explicó al mercader lo sucedido en la misión y más tarde fueron a entregar a los prisioneros a las autoridades, no sin antes llevar al bardo y a Manatorm al hospital. El mercader cumplió lo prometido y les dio alojamiento gratis durante dos días y mejoró todo el equipamiento metálico que tenían. Cuando pasaron esos dos días fueron a alojarse en la taberna “El poni pisador”. Al de una semana de su llegada a Bree Manatorm recogió sus armas que habían afilado y engrasado, y partieron en dirección a las quebradas de los túmulos siguiendo el mapa que habían recuperado del combate con los ladrones que robaban el ganado a las granjas.
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